Ivanhoe

II

Había un fraile, más bien un duende por su destreza; un salteador amante de lo divino; un hombre apto para ser abad, varonil, que poseía magníficos caballos. Cuando cabalgaba, sus bridas se oían al silbido del ligero, claro viento, y al igual que el toque quedo de la campana de la ermita donde él era guardián.

GEOFFREY CHAUCER: Los cuentos de Canterbury.

No dio importancia a la acuciante exhortación de su camarada, y como el ruido de caballos continuara acercándose, fue superior a las fuerzas de Wamba el no evitar entretenerse en su camino bajo cualquier pretexto. Ya recogía un manojo de avellanas no del todo maduras o bien requebraba a alguna joven campesina que cruzaba el sendero. De este modo, los caballeros les dieron alcance.





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