HabÃa un fraile, más bien un duende por su destreza; un salteador amante de lo divino; un hombre apto para ser abad, varonil, que poseÃa magnÃficos caballos. Cuando cabalgaba, sus bridas se oÃan al silbido del ligero, claro viento, y al igual que el toque quedo de la campana de la ermita donde él era guardián.
GEOFFREY CHAUCER: Los cuentos de Canterbury.
No dio importancia a la acuciante exhortación de su camarada, y como el ruido de caballos continuara acercándose, fue superior a las fuerzas de Wamba el no evitar entretenerse en su camino bajo cualquier pretexto. Ya recogÃa un manojo de avellanas no del todo maduras o bien requebraba a alguna joven campesina que cruzaba el sendero. De este modo, los caballeros les dieron alcance.