Hubert meneó la cabeza mientras recibÃa el regalo del extraño con cierta desgana, y Locksley, deseoso de hurtarse a las miradas de todos, se mezcló entre la multitud y nunca más fue visto.
El victorioso arquero no hubiera burlado tan fácilmente la atención de Juan, si la mente de éste no estuviera ocupada por otros motivos de ansiedad y de meditación mucho más importantes.
Llamó a su chambelán mientras daba la señal de retirada del palenque, y le ordenó que galopara inmediatamente a Ashby y que diera con Isaac el judÃo.
—Dile a aquel perro que antes de la puesta del sol me mande doscientas coronas. Ya está al corriente de las garantÃas; sin embargo, enséñale este anillo como contraseña. El resto de la suma será depositada en York en el plazo de seis dÃas. Si se olvida de hacerlo le arrancaré su cabeza de villano descreÃdo. Cuida de que no os crucéis por el camino, porque he visto al esclavo circunciso vendiendo por aquà sus baratijas robadas.
Después el prÃncipe montó y regresó a Ashby, dispersándose la multitud tan pronto como lo hubo hecho.