—Os prometo, hermano clérigo, que ya no he de formular más preguntas que puedan ofenderos. El contenido de esta alacena contesta todas mis preguntas…, y veo otra arma —paró de hablar y sacó el arpa—, con la cual medirÃa mis fuerzas con vos más a gusto que con la espada y el broquel.
—Espero, señor caballero —dijo el ermitaño—, que no hayáis merecido el apodo de Holgazán, pero debo apresurarme a añadir que dudo mucho que asà sea. Sin embargo, sois mi huésped y no pondré a prueba vuestra virilidad sin consentimiento. Sentaos, por lo tanto, llenad la copa y bebamos, cantemos y no perdamos la aleuda. Siempre que sepáis algún buen romance estaréis invitado a un buen trozo de pastel en Copmanhurst mientras sea yo quien sirva la capilla de san Dunstan, lo cual, si Dios quiere, será hasta que cambie los hábitos grises que me cubren por otros de verde hierba. Pero acercaos ya y llenad la copa, porque llevará algún tiempo templar el arpa y nada entona la voz y afina el oÃdo como un vaso de vino. Por mi parte, me gusta notar el mosto hasta en la punta de los dedos antes de hacer vibrar las cuerdas del arpa.