Ivanhoe

XX

Cuando el otoño va alargando las noches y brilla en la selva, como perdido, el sol de la tarde, ¡qué dulce suena al oído del peregrino lo que va cantando!

Las notas enriquecen su fervor, y del fervor de las notas toma el canto. El sol parece subir como el ave, desde la ermita al cielo.

El ermitaño del pozo de San Clemente.

Después de tres largas horas de andar a buen paso, los sirvientes de Cedric llegaron con su misterioso guía a un pequeño claro del bosque. Allí se alzaba una poderosa encina de enormes proporciones, con su ramaje extendido en todas direcciones. Bajo aquel árbol, cuatro o cinco monteros estaban echados en el césped, mientras otro, como centinela, se paseaba arriba y abajo bañado por la luz de la luna.

En cuanto oyó ruido de pasos, el centinela dio la voz de alarma y los que dormitaban se levantaron casi al mismo tiempo y tensaron sus arcos, apuntando sus flechas al punto por donde se aproximaban los viajeros. Al reconocer al guía, le saludaron con muestras de afecto y respeto, desvaneciéndose los síntomas de temor.

—¿Dónde está Miller? —fue la primera pregunta.

—En camino hacia Rotherham.

—¿Con cuántos hombres? —preguntó el jefe, pues tal parecía ser.

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