Por lo tanto, alrededor de las doce apareció De Bracy, a cuyo beneficio se habÃa acordado la expedición, con el propósito de lograr la mano y las propiedades de lady Rowena.
No habÃa consumido todo su tiempo entregado a las deliberaciones del consejo con sus camaradas, sino que habÃa sabido encontrar alguna hora para emperifollarse según la barroca moda de aquel entonces. HabÃa dejado de lado su verde gabán y su máscara. Su largo y abundante pelo habÃa sido peinado en bucles que caÃan sobre las pieles de su capa. Se habÃa afeitado cuidadosamente; el coleto le llegaba a las pantorrillas y el cinturón, que ceñÃa y sostenÃa su poderosa espada, estaba bordado en oro. Ya hemos hablado de la extravagante moda del calzado de la época, pero De Bracy hubiera podido disputar el premio de la extravagancia a los más osados. Asà se vestÃan los petimetres de entonces y, en la presente ocasión, ayudaba al efecto del conjunto el buen tipo y desenvoltura del que de tal modo se habÃa vestido, cuyas maneras compartÃan la gracia del cortesano y la franqueza del soldado.