Entró de nuevo en la cámara del torreón y descendió las escaleras dejando a Rebeca algo aterrorizada por la terrible muerte a que estuvo expuesta, pero más aún por la obstinada ambición de que habÃa dado muestra el hombre, bajo cuyo poder estaba. Cuando de nuevo entró en la cámara del torreón, dio en primer lugar gracias al Dios de Jacob por la protección que le habÃa brindado, y le pidió que no dejara de ofrecerla a ella y a su padre. Otro nombre se deslizó en su petición: era el del cristiano herido, al que el destino habÃa colocado en manos de unos hombres sedientos de sangre y enemigos suyos declarados. En verdad, su corazón le reprochaba que al entrar en contacto con la deidad de sus plegarias, mezclara en ellas la memoria de alguien cuyo destino no podÃa ser jamás el de ella…, un nazareno, un enemigo de su fe. Pero su aliento ya habÃa pronunciado la petición y ni los estrechos prejuicios de su secta podÃan inducir a Rebeca a desear anularla.