Ivanhoe

Con estas amenazas dejó el torreón y de mala gana llevó al salón del castillo el recado de que un santo fraile pedía ser admitido al momento. Con no poca sorpresa recibió de su amo la orden de hacer pasar al santo hombre y, cubriendo la entrada para evitar sorpresas, obedeció las órdenes recibidas. La despreocupación digna de un cerebro de liebre que había llevado a Wamba a efectuar tan peligrosa misión, escasamente le bastó para mantenerle en pie cuando se halló ante la presencia de un hombre tan terrible y temido como Reginald Front-de-Boeuf, y pronunció su Pax vobiscum, frase que para él constituía el mejor soporte de su disfraz con más ansiedad y vacilaciones que antes. Pero Front-de-Boeuf estaba acostumbrado a ver a hombres de todas las clases sociales temblando en su presencia, por lo que la timidez del fingido padre no originó ninguna sospecha en él.

—¿Quién eres y de dónde vienes, padre? —preguntó.

Pax vobiscum —repitió el bufón—. Soy un pobre servidor de san Francisco, que, viajando por estas soledades, he caído entre ladrones. Como dicen las Escrituras: quídam viator incidit in latrones…, los cuales ladrones me han mandado a este castillo para que ejerza mi deber espiritual con dos personas condenadas por vuestra honorable justicia.

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