—Tenéis razón, reverendo caballero —contestó el peregrino, al que no parecÃa extrañar el aspecto del templario—. Si los ha habido que han prometido bajo juramento recobrar Tierra Santa viajando a tanta distancia de donde el deber los reclama, ¿resultará anormal que un pacÃfico campesino como yo renuncie a llevar a cabo la tarea que otros han abandonado?
La intención del templario fue la de contestar airadamente, pero le interrumpió el prior, que una vez más hizo patente su estupor por el hecho de que su guÃa, después de larga ausencia, conociera tan bien los escondidos senderos del bosque.
—Soy nativo de estos lugares —contestó el guÃa, y al pronunciar estas palabras ya se hallaba delante de la mansión de Cedric.
Era un edificio bajo y asimétrico, con varios cercados y patios interiores, que se extendÃan sobre una considerable extensión de terreno. El edificio, aunque hablaba a favor de la riqueza de su dueño, no guardaba ninguna semejanza con las residencias amuralladas y altivas como castillos en las cuales residÃa la nobleza normanda, y que habÃan llegado a ser el único modelo arquitectónico de Inglaterra.