Ivanhoe

—Venid por aquí, padre —dijo el vejestorio—; sois forastero en este castillo y no podréis salir sin una guía. Venid, porque deseo hablaros. ¡Y tú, hija de una raza maldita, acude al cuarto del herido y cuida de él hasta mi retorno y no te vuelvas a alejar de allí sin mi permiso!

Rebeca se retiró. Su insistencia había convencido a Urfried para que le permitiera abandonar el torreón, y ella la había empleado en un trabajo que cumplía de la mejor gana, por tratarse de cuidar al herido Ivanhoe. Comprendiendo la peligrosa situación en que todos se encontraban y dispuesta a aprovechar cualquier oportunidad de ponerse a salvo, Rebeca había puesto algunas esperanzas en la presencia de un religioso el cual, según Urfried le había informado, había entrado en el castillo. Vigiló la vuelta del falso eclesiástico con el propósito de dirigirse a él para que intercediera en favor de los prisioneros, empresa de cuyo fracaso el lector ya está al corriente.





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