Ivanhoe

—Tú eres sajón, padre. No lo niegues —añadió al ver que Cedric no tenía prisa en contestar—; los sonidos de tu lengua natal son dulces a mis oídos, aunque los oigo escasas veces, como no sea de labios de los condenados y de los degradados siervos sobre los cuales los orgullosos normandos imponen su dominio, obligándoles a las faenas más humildes de este refugio. Tú eres sajón, padre…, sajón y además, aparte de la servidumbre que le debes a Dios, un hombre libre. Tu acento es grato a mis oídos.

—¿No visitan este castillo los religiosos sajones? —replicó Cedric—. Creía que era su deber confortar a los desheredados y oprimidos hijos de la tierra.

—No, no vienen, y si lo hacen, prefieren divertirse a la mesa de los conquistadores —contestó Urfried—. Pero no les interesa escuchar los quejidos de sus paisanos. Por lo menos, así se dice. Por mi parte poco puedo decir. Durante diez años, este castillo no se ha abierto a ningún religioso excepción hecha del pervertido normando que compartía las francachelas nocturnas de Front-de-Boeuf, y ya hace tiempo que se encaminó a rendir cuentas de sus actos serviles. Pero tú eres sajón…, un fraile sajón y quiero preguntarte algo.

—Sí, soy sajón —contestó Cedric—, pero no merezco el nombre de religioso. Deja que siga mi camino. Te juro que volveré o enviaré a uno de nuestros padres más digno que yo para oír tu confesión.

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