Ivanhoe

XXVIII

Aislada y nómada, la raza judía presume de alternar en letras y en arte, y, sin duda, tiene en todas partes un escondido tesoro como si fuera su amante. Lo perdido y despreciado se vuelve oro acuñado en su poder.

El judío.

Nuestra historia debe retroceder un poco con objeto de informar al lector de ciertos pasajes importantes para el entendimiento de esta historia. Su propia inteligencia le habrá permitido adivinar que cuando Ivanhoe se derrumbó y pareció que todo el mundo le abandonaba, Rebeca, a fuerza de importunar a su padre, consiguió sacarlo de las lizas y que le transportaran en su litera a la casa que el judío habitaba en los suburbios de Ashby.

En otras circunstancias no hubiera sido difícil convencer a Isaac, porque su naturaleza era noble y agradecida. Pero a la vez poseía la timidez, los escrúpulos y los prejuicios de su raza perseguida. Contra ellos tuvo que luchar su hija.

—Santo Abraham —decía Isaac—, es un buen joven y mi corazón se conmueve al ver cómo la sangre de su herida empapa su corselete ricamente bordado… pero ¡tanto como llevarle a nuestra casa! ¿Lo has meditado, damisela? Se trata de un cristiano y según nuestra ley no debemos tratar con extraños ni gentiles, a no ser que redunde en beneficio de nuestro comercio.

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