—No hables asÃ, querido padre mÃo —replicó Rebeca—. Es verdad que no debemos mezclarnos con ellos en las diversiones ni en el banquete. Pero cuando están heridos o en desgracia, el gentil se convierte en hermano del judÃo.
—Me gustarÃa saber qué opinarÃa el rabino Jacob ben Tudela —replicó Isaac—. A pesar de todo, no hay que permitir que el buen mancebo se desangre hasta morir. Que Set y Rubén le lleven a Ashby.
—No, que le coloquen en mi litera —dijo Rebeca—. Yo montaré uno de los palafrenes.
—Sólo conseguirÃas exponerte a las burlas de estos perros de Ismael y de Edom —murmuró Isaac, dirigiendo una mirada recelosa a la multitud de caballeros y escuderos.
Pero Rebeca ya estaba ocupada en llevar a efecto sus caritativos propósitos y no oyó aquellas palabras hasta que Isaac la agarró de la manga y exclamó en voz atropellada:
—¡Por las barbas de Aarón! ¿Qué sucederá si el joven muere? Si muere bajo nuestros cuidados, ¿no seremos acaso considerados culpables de su sangre derramada y destrozados por la multitud?
—No morirá, padre mÃo —dijo Rebeca, escapando con suavidad al acoso de Isaac—. No morirá si no le abandonamos; en caso contrario, asà seremos responsables de su sangre ante Dios y ante los hombres.