Ivanhoe

XXIX

El valiente soldado sube al vigía y, desde la altura, observa si la lucha ha terminado.

SCHILLER: La Doncella de Orleans.

Las horas de peligro son también, a menudo, horas de confidencias y de afecto. Bajamos la guardia debido a la general agitación de nuestros sentimientos y traicionamos la intensidad de aquéllos que, por lo menos en períodos más tranquilos, nuestra prudencia disimula si es que no alcanza a suprimirlos. Encontrándose de nuevo junto a Ivanhoe, la misma Rebeca se sorprendió al notar que sentía tan aguda complacencia, incluso en un momento en que todo lo que les rodeaba a ambos era el peligro cuando no la desesperación. Le tomó el pulso y le preguntó por su estado; había en su tacto y en su tono de voz una desacostumbrada suavidad, la cual denotaba más interés que el que ella misma hubiera deseado demostrar. Su voz era trémula y temblaban sus manos, y únicamente el frío tono con que Ivanhoe preguntó: «¿Eres tú, gentil doncella?», consiguió hacerla volver en sí y le hizo recordar que los sentimientos que sentía no podían, y no debían, ser mutuos. Se le escapó un suspiro, pero fue casi inaudible. Las preguntas que le hizo el caballero acerca de su estado de salud, tenían ya un tono de tranquila camaradería. Ivanhoe se apresuró a contestarle que en cuanto a la salud se encontraba bien y mejor de lo que esperaba.

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