—Lo mismo afirmo —dijo el fraile—. Bien creo que un loco… quiero decir, vosotros ya me entendéis, señores, un loco libre de culpa y dueño de sus actos y que sabe aumentar el sabor de una copa de vino con el de una buena tajada de tocino, digo que… Pues digo, hermanos, que un loco de tal especie nunca necesitará de un sabio clérigo para rezar o pelear por él cuando esté en apuros, siempre que pueda yo decir una misa o manejar un buen garrote.
Entonces hizo voltear su pesada partesana por encima de su cabeza, tal como lo hacen los pastorcillos con el cayado.
—Verdad, santo clérigo —dijo el Caballero Negro—, tan verdad como si lo hubiera dicho el mismo san Dunstan. Y ahora, buen Locksley, ¿no creéis que serÃa buena cosa que Cedric tomara el mando en este asalto?
—Ni hablar del asunto —replicó Cedric—. Nunca he estudiado cómo defender o tomar estos engendros de castillos que los normandos han erigido en estas sufridas tierras. Lucharé como cualquier otro; pero mis vecinos saben que no me he entrenado en la disciplina de la guerra ni en el ataque a fortalezas.