Ivanhoe

El fraile desnudó su brazo moreno hasta el codo y dándole al golpe todo su impulso, le propinó tal puñetazo al caballero que bien hubiera derribado a un buey. Pero su adversario se mantuvo firme como una roca. Todos los monteros prorrumpieron en un grito cerrado, pues la fuerza de los puños del fraile era legendaria entre ellos, y pocos eran los que, de bromas o de veras, no habían tenido ocasión de comprobar su vigor.

—Ahora, clérigo —dijo el caballero despojándose del guantelete—, si antes tuve ventajas en mi cabeza, no las voy a tener en mi mano. Aguanta como un hombre.

Genarn meam dedi vapulatori. Ofrecí mi mejilla al que había de golpearla —dijo el fraile—. Si consigues hacerme vacilar, compañero, de buena gana te cedo el rescate del judío.

Así habló el presuntuoso fraile con aires de desafío. Pero ¿quién podrá desafiar al destino? El puñetazo del caballero fue propinado con tanta fuerza, que el fraile rodó por el suelo para diversión de todos los espectadores. Sin embargo, se levantó ni enfadado ni resentido.


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