Ivanhoe

—Hermano —le dijo al caballero—, debías haber usado tu fuerza con más discreción. No había siquiera recitado un versículo de la misa y ya me habías roto la quijada. El gaitero que peor sopla es aquel que exige las mejores chuletas. De todos modos, ahí va mi mano en prueba de que no deseo cambiar más puñetazos contigo. Demos fin a toda disputa. Señalemos el rescate del judío, ya que ni el leopardo perderá sus manchas ni un judío dejará nunca de serlo.

—El fraile —dijo Clement—, ya no está convencido de la conversión del judío desde que ha recibido este golpe en los oídos.

—Vamos, bribón, ¿qué hablas tú de conversiones? ¿Es que no hay respeto? ¿Todos mandan y nadie obedece? Te digo, compañero, que estaba algo distraído cuando recibí el puñetazo del buen caballero; de no ser así, no hubiera perdido pie. Pero si continúas en tu actitud, aprenderás que soy tan capaz de dar como de recibir.

—Haya paz —dijo el capitán—. Y tú, judío, piensa en tu rescate; no es preciso que te diga que tu raza es maldecida por todas las comunidades cristianas, y puedes estar seguro que no soportaremos tu presencia entre nosotros. Medita, por lo tanto, tu oferta. Entretanto, yo me ocuparé de un prisionero muy diferente.

—¿Hicimos prisioneros a muchos hombres de Front-de-Boeuf? —preguntó el Caballero Negro.

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