Ivanhoe

—Ninguno que fuera lo suficientemente importante para pedir rescate por él —contestó el capitán—. Una partida de desharrapados a los que hemos enviado a buscar a otro dueño. Bastante lejos había ya llegado vuestra venganza y nuestras ganancias; todo el lote no valía un ochavo. El prisionero al que me refiero constituye un botín más valioso, pues se trata de un simpático clérigo en viaje de visita, según puedo juzgar por los aparejos de su caballo y lujosas vestiduras. Pero ahí llega nuestro estimado prelado, tan petulante como un pavo.

Y, entre dos monteros, fue conducido ante el trono rural del jefe de los forajidos, nuestro viejo amigo, el prior Aymer de Jorvaulx.









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