Frunció el entrecejo y por un instante fijó la vista en el suelo. Cuando levantó los ojos, las puertas del fondo del salón se abrieron de par en par, y precedidos por el mayordomo portador de la vara blanca y de cuatro domésticos provistos de llameantes antorchas, los huéspedes hicieron su entrada en el aposento.