Nuestra historia vuelve a encontrar a Isaac de York. Montado en una mula, obsequio del montero, acompañado de dos hombres fornidos que debÃan servirle de guÃas y de escolta, el judÃo habÃa salido en dirección al preceptorio de Templestowe con intención de negociar el rescate de su hija. El preceptorio se encontraba a una jornada de viaje del demolido castillo de Torquilstone y el judÃo esperaba llegar antes del anochecer; por esto habÃa despedido a sus guÃas en los lÃmites del bosque después de gratificarles con una moneda de plata. Entonces apretó el paso tanto como sus preocupaciones se lo permitieron. Pero le fallaron las fuerzas antes de haber llegado a cuatro millas de la corte del Temple. Fuertes dolores acometieron sus miembros y su espalda, y la angustia que su corazón sentÃa se veÃa ahora aumentada con los dolores corporales. No le fue posible pasar más allá de una pequeña aldea donde habitaba un rabino de su tribu, renombrado por su profesión médica y antiguo conocido de Isaac. Nathan Ben Israel recibió a su doliente correligionario con toda la amabilidad que su ley prescribÃa y que los judÃos ejercÃan entre ellos. Insistió en que reposara y que utilizara los remedios al uso para atajar la fiebre que el terror, los malos tratos y las penas habÃan ocasionado al pobre Isaac.