—¿Ves, hermano, los engaños de los devoradores enemigos? CuÃdate de los cebos que emplean para pescar las almas, concediendo un corto espacio de vida sobre la tierra a cambio de la felicidad eterna del más allá. Bien dice nuestra bendita regla: semperpercutiatur leo vorans. ¡Al león! ¡Abajo con el destructor! —gritó, sacudiendo su mÃstico báculo como si desafiara a los poderes de las tinieblas—. No dudo que tu hija logró estas curaciones —continuó dirigiéndose al judÃo—, por medio de encantamientos, crÃpticos y otros misterios cabalÃsticos.
—No, reverendo y bravo caballero, sino en gran medida empleando un bálsamo de virtudes maravillosas.
—¿Dónde aprendió tal secreto? —preguntó Beaumanoir.
—Se lo confió —contestó Isaac de mala gana— Miriam, una sabia matrona de nuestra tribu.