De entre los disolutos hombres sin principios con que la Orden del Temple contaba en abundancia entre sus adeptos, Albert de Templestowe era uno de los más destacados. Pero se diferenciaba de Bois-Guilbert, el audaz, en que sabÃa echar sobre sus vicios y su ambición el velo de la hipocresÃa. Exteriormente asumÃa el fanatismo que interiormente despreciaba. De no haber sido tan súbita e inesperada la llegada del gran maestre, éste no hubiera visto nada en Templestowe que permitiera sospechar cualquier relajamiento de la disciplina. E incluso, aunque pillado por sorpresa y hasta cierto punto puesto en evidencia, Albert Malvoisin escuchó con tanto respeto y aparente contrición los reproches de su superior, y se apresuró tanto a reformar todo lo que éste habÃa censurado que… tuvo éxito, tanto éxito al dar un aire de devoción ascética a una familia que no hacÃa mucho se habÃa dedicado a la licencia y al placer, que Beaumanoir empezó a tener una más alta opinión sobre la moral del preceptor que la que le mereció al principio.
Pero estos sentimientos favorables se debilitaron considerablemente al tener conocimiento de que Albert habÃa recibido en una casa religiosa a la cautiva judÃa y, como podÃa temerse, al mismo tiempo amante de un hermano de la Orden. Cuando Albert apareció ante él, le dirigió una dura mirada.