En un trono elevado, situado justo enfrente de la acusada, estaba sentado el gran maestre del Temple, vestido con amplias y blancas ropas, sosteniendo en la mano el mÃstico báculo con el sÃmbolo de su Orden. A sus pies se habÃa colocado una mesa, ocupada por dos escribanos, que debÃan dejar constancia escrita de los procedimientos del juicio. Las negras vestiduras, cabezas rapadas y tristes miradas de estos dos eclesiásticos ofrecÃan un fuerte contraste con el aspecto marcial de aquéllos que asistÃan al juego, ya fuera en condición de residentes del preceptorio, ya por haber llegado a formar parte del servicio del gran maestre. Los preceptores, de los cuales podÃan verse cuatro, ocupaban sitiales más bajos que el de su superior. Los caballeros con menos categorÃa que los anteriores estaban colocados en bancos más bajos todavÃa, y distaba entre ellos y los preceptores la misma distancia que entre éstos y el gran maestre. Detrás de ellos, pero todavÃa sobre el elevado dosel, estaban situados los escuderos de la Orden con vestiduras blancas de calidad inferior.
Toda la asamblea mantenÃa un aire de suma gravedad y en las caras de los caballeros se notaban las huellas de la osadÃa marcial, unida al porte solemne por su profesión religiosa. Esta última expresión no faltaba en ningún rostro debido a la presencia del gran maestre.