Ivanhoe

—Doncella, si la compasión que siento por ti proviene de algún sortilegio que tus malas artes han puesto en juego, grande es tu culpa. Prefiero pensar que estos sentimientos son producto de la naturaleza que lamenta que tan bellas formas sean el continente de la perdición. Arrepiéntete, hija mía, confiesa tus brujerías, renuncia a tus falsas creencias, abraza este emblema sagrado y todo quedará arreglado, aquí y en el más allá. En alguna congregación de santas mujeres tendrás tiempo para rezar, arrepentirte y hacer penitencia adecuadamente, y nunca habrás de lamentar este arrepentimiento. Haz esto y vivirás. ¿Qué ha hecho por ti la ley de Moisés para que tengas que morir por ella?

—Es la ley de mis padres, les fue revelada entre truenos y relámpagos en el monte Sinaí, entre nubes y fuego. Si sois cristiano, tenéis que creer eso. Decís vosotros que ha sido revocado; sin embargo, mis maestros así me lo han enseñado.

—Que nuestro capellán —dio Beaumanoir— se presente y enseñe a esta obstinada incrédula que…

—Perdonad la interrupción —dijo Rebeca con dulzura—. Yo soy una doncella y no me han enseñado a discutir los puntos de mi religión, pero puedo morir por ella si Dios lo quiere así. Os ruego que contestéis a mi demanda de un campeón.

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