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XXXIX

¡Oh, doncella! Si eres fría y despiadada, debes saber que mi corazón es tan orgulloso como el tuyo.

ANNA SEWARD: Obra poética.

Declinaba el día en que había tenido lugar el juicio, si así puede ser llamado, cuando se oyó un débil golpe en la puerta de la cámara que servía de prisión a Rebeca. No la distrajo de los rezos de la tarde recomendados por su religión, y que concluían con un himno que nos hemos atrevido a traducir así:

Cuando Israel, la preferida de Dios,

abandonó las tierras de su cautiverio,

el Dios de sus padres la guiaba,

tremendamente envuelto en humo y llamas.

Durante el día, la vaporosa y lenta columna

se deslizaba a través de tierras asombradas;

de noche, las rojas arenas de Arabia

reflejan el resplandor de la columna ígnea.

Entonces se levantaba el himno de alabanza

y con sus agudos sones contestaban la trompa y el tamboril;

y las hijas de Sión entonaban sus cánticos,

y las voces de los guerreros y los sacerdotes

con las de ellas se mezclaban para decir

que ya ningún portento confunde al enemigo.

La perseguida Israel está sola y errante;

nuestros padres no conocían TUS caminos,

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