Ivanhoe

y TÚ les abandonaste para que los encontraran por sí mismos.

Pero estás presente, aunque ahora eres invisible;

cuando más potente es el brillo del día,

nos envías nubes protectoras

para atemperar los engañosos rayos. Y, cuando envuelta en sombras y tormentas, con frecuencia

se abate la noche sobre la senda de Judá,

Tú, que eres paciente y difícil a la cólera,

¡te conviertes en luz ardiente y cegadora!

Perdimos nuestras armas en la confusión de Babel,

befa de tiranos y burla de gentiles;

no fulgura el incensario alrededor de nuestro altar,

y permanecen mudos, tamboriles, trompas y cuernos de caza.

Pero Tú has dicho: «No me place

ni la sangre de cabra, ni la carne del venado…

Un corazón contrito y la humildad de pensamiento

son los únicos sacrificios que Yo acepto».

Cuando los sones del devoto himno de Rebeca se desvanecieron en el silencio, se repitió el débil golpe sobre la puerta.

—Entra —dijo— si eres un amigo, y si enemigo eres no sé de qué modo te privaré de entrar.

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