—Padre Cedric —decÃa Athelstane—, sed razonable. A lady Rowena no le importo en absoluto. Antes ama el meñique del guante de mi pariente Wilfred que toda mi persona. Aquà está ella para reconocerlo. No, no te sonrojes, mujer, pariente mÃa, no hay desdoro en amar más a un caballero de la corte que a un hidalgo campesino. Y tampoco te rÃas, Rowena, porque un sudario y un rostro adelgazado no son cosa de risa, Dios lo sabe. Pero si quieres reÃr te daré mejor motivo. Dame tu mano, o mejor dicho, préstamela, porque sólo te la pido como amigo. Oye, primo Wilfred de Ivanhoe, renuncio y abjuro a tu favor. ¡Hey, por san Dunstan! ¡Nuestro primo Wilfred ha desaparecido! Sin embargo, aunque todavÃa me falle la vista a causa del ayuno padecido, le vi allà de pie ahora mismo.
Todos miraron alrededor y preguntaron por Ivanhoe, pero se habÃa desvanecido. Al final se supo que habÃan venido a buscarle y que, después de breve conversación, habÃa requerido a Gurth y a su armadura y habÃa abandonado el castillo.
—Hermosa prima —le dijo Athelstane a Rowena—, si llegara a pensar que esta súbita marcha de Ivanhoe no era motivada por razones de muchÃsimo peso, volverÃa a asumir.