—¡A fe mÃa! —exclamó Athelstane—. Es verdad que Zernebock ha tomado posesión de mi castillo durante mi ausencia. Regreso con mi sudario cual presa devuelta por el sepulcro, y todos aquéllos a quienes dirijo la palabra se desvanecen tan pronto como oyen mi voz. Pero de nada sirve hablar de ello. Vamos, amigos, los que quedéis seguidme al salón del banquete antes que alguno más de entre nosotros desaparezca. Creo que todavÃa está tolerablemente provista la mesa, como es debido en las exequias fúnebres de un noble sajón y, si tardamos un poco más, ¿quién sabe si el diablo no hará desaparecer la cena?