En el extremo opuesto habÃa una pila de leños dispuestos alrededor de una estaca profundamente clavada en tierra, y con un espacio libre destinado a la vÃctima para que ésta pudiera entrar al fatal cÃrculo donde serÃa encadenada por medio de grilletes, ya preparados. Junto a los leños habÃa cuatro esclavos negros, cuyo color y facciones africanas, poco frecuentes en Inglaterra, asombraban a la multitud, que los contemplaba como diablos ejecutando su demonÃaca labor. Estos hombres no se movÃan en absoluto; sin embargo, de vez en cuando, bajo la dirección de uno de ellos que parecÃa ser su jefe, alimentaban el fuego. No miraban a la multitud. En realidad parecÃan ajenos a todo y a todos excepto al cumplimiento de su horrible deber. Y cuando hablaban entre ellos, moviendo sus labios voluminosos y enseñando sus blancos dientes como si disfrutaran por anticipado de la esperada tragedia, el vulgo amarillo no podÃa evitar el creer que en realidad eran los demonios familiares con los cuales la bruja habÃa tenido sus tratos, y que, al haberse acabado el plazo concedido, habÃan acudido para asistir a su mortal castigo. Los campesinos murmuraban en voz baja y se trasmitÃan los hechos que Satanás habÃa llevado a cabo durante aquellos dÃas agitados y desgraciados; cierto que no dejaban naturalmente de atribuir al diablo muchas más cosas que las que en realidad habÃa intervenido.