El Rey Lear

ESCENA II

Castillo del conde de Gloucester

Entra EDMUNDO con una carta en la mano.

EDMUNDO.—A ti, naturaleza, mi deidad suprema, he consagrado todos mis servicios. ¿He de arrastrarme por la senda rutinaria permitiendo que las convenciones extravagantes del mundo me priven de mi herencia, sólo porque nací doce o catorce lunas más tarde que mi hermano? ¿a qué ese nombre de bastardo? ¿por qué no he de ser ilustre cuando las proporciones de mi cuerpo se hallan tan bien formadas, mi alma es tan noble y mi estatura tan perfecta como si hubiese nacido de una honesta matrona? ¿por qué me vilipendian con los dictados de ilegítimo, plebeyo, bastardo? ¡Plebeyo, ya que en el acto vigoroso y clandestino de la naturaleza recibí una sustancia más abundante y elementos más fuertes de los que suministra una pareja extenuada que, en tálamo insípido y languidescente, se ocupa sin placer en la creación de una raza de abortos engendrados entre el sueño y la vigilia! ¡Ah! ¡mi Edgardo el legítimo! para mí será tu patrimonio; el amor de nuestro padre común, lo mismo pertenece al bastardo Edmundo que al legítimo Edgardo. ¡Legítimo! ¡Valiente palabra! Sí, no hay duda: si esta carta logra buen éxito y mi invención triunfa, el plebeyo Edmundo ocupará el lugar del noble Edgardo. Me engrandezco, prospero. Y ahora, dioses, pasad al bando de los bastardos.

Entra el CONDE de GLOUCESTER.

eXTReMe Tracker