Hamlet

HORACIO.— Todas esas palabras, señor, carecen de sentido y orden.

HAMLET.— Mucho me pesa de haberos ofendido con ellas, sí por cierto, me pesa en el alma.

HORACIO.— ¡Oh! Señor, no hay ofensa ninguna.

HAMLET.— Sí, por San Patricio, que sí la hay y muy grande, Horacio… En cuanto a la aparición… Es un difunto venerable… Sí, yo os lo aseguro… Pero reprimid cuanto os fuese posible el deseo de saber lo que ha pasado entre él y yo. ¡Ah! ¡Mis buenos amigos! Yo os pido, pues sois mis amigos y mis compañeros en el estudio y en las armas, que me concedáis una corta merced.

HORACIO.— Con mucho gusto, señor, decid cuál sea.

HAMLET.— Que nunca revelaréis a nadie lo que habéis visto esta noche.

LOS DOS.— A nadie lo diremos.

HAMLET.— Pero es menester que lo juréis.

HAMLET.— Os doy mi palabra de no decirlo.

MARCELO.— Yo os prometo lo mismo.

HAMLET.— Sobre mi espada.

MARCELO.— Ved que ya lo hemos prometido.

HAMLET.— Sí, sí, sobre mi espada.

Se oirá la voz de la Sombra, que suena a varias distancias debajo de tierra.

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