Hamlet

POLONIO.— Digo que de qué trata el libro que leéis.

HAMLET.— De calumnias. Aquí dice el malvado satírico, que los viejos tienen la barba blanca, las caras con arrugas, que vierten de sus ojos ámbar abundante y goma de ciruela; que padecen gran debilidad de piernas y mucha falta de entendimiento. Todo lo cual, señor mío, aunque yo plena y eficazmente lo creo, con todo eso, no me parece bien hallarlo afirmado en tales términos; porque, al fin, vos seríais sin duda tan joven como yo si os fuera posible andar hacia atrás como el cangrejo.

POLONIO.— [Aparte]. Aunque todo es locura, no deja de observar método en lo que dice. [A Hamlet]. ¿Queréis venir, señor, adonde no os dé el aire?

HAMLET.— ¿A dónde? ¿A la sepultura?

POLONIO.— Cierto, que allí no da el aire. [Aparte]. ¡Con qué agudeza responde siempre! Estos golpes felices son frecuentes en la locura cuando en el estado de razón y salud tal vez no se logran. Voyle a dejar y disponer al instante el careo entre él y mi hija. [A Hamlet]. Señor, si me dais licencia de que me vaya…

HAMLET.— No me puedes pedir cosa que con más gusto te conceda, exceptuando la vida, eso sí, exceptuando la vida.

POLONIO.— Adiós, señor.

HAMLET.— ¡Fastidiosos y extravagantes viejos!

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