La fierecilla domada

Ea, vamos, mi querida Lina. Iremos a casa de tu padre con los sencillos y modestos adornos que tenemos. Si nuestros vestidos son humildes, nuestra bolsa, en cambio, estará repleta. Lo que hace, en definitiva, rico al cuerpo, es el alma. Del mismo modo que el sol atraviesa las nubes más sombrías, así el honor muéstrase a través de los más pobres atavíos. Porque, ¿es que el arrendajo sería más precioso que la alondra tan sólo por tener las plumas más bellas, y la víbora valdría más que la anguila por ser los colores de su piel más gratos a los ojos? ¡En modo alguno, mi excelente Lina! Asimismo, tú no eres menos hermosa con tu modesto atavío y tu humilde compostura. Y si ello te hace enrojecer, ¡caiga sobre mí la vergüenza! Por consiguiente, alégrate a partir de este instante, con objeto de poder banquetear y festejar, como es debido, en casa de tu padre. (A Grumio.) Avisa a mi gente, pues partimos en seguida. Lleva los caballos al extremo del camino grande. Allí montaremos tras dar un buen paseo a pie. Vamos a ver, me parece que son aproximadamente las siete, de modo que podemos estar allá, perfectamente, para la hora del almuerzo.

CATALINA:

Yo me atrevo a aseguraros, señor, que son cerca de las dos.

Luego, lo que haremos será llegar para la cena.

PETRUCHIO:

eXTReMe Tracker