La fierecilla domada

Exacto. Y ¿es realizable?

TRANIO:

No, mi amo. Porque entonces, ¿quién cumpliría aquí, en Padua, el papel del hijo de Vincentio? ¿Quién tendría dignamente su casa, estudiaría en sus libros, recibiría a sus amigos, visitaría a sus compatriotas y les invitaría a comer con él?

LUCENTIO:

Basta, no te inquietes. Tengo ya pensado todo lo necesario. Como aún no nos han visto en casa alguna y no pueden leer en nuestras caras quién es el amo y quién el criado, he aquí cómo vamos a arreglar las cosas: tú serás, Tranio, quien hagas de amo en mi lugar. Tú quien llevarás la casa, su tren, los servidores y cuanto necesites para ocupar mi puesto. Y yo seré otro personaje cualquiera: un florentino, un napolitano o un hombre pobre cualquiera de Pisa. La idea está ya madura y la vamos a poner en práctica, Tranio. Conque despójate al punto y endósate mi sombrero y mi capa de color.

En cuanto a Biondello, al llegar se pondrá a tus órdenes. Pero antes tomaré las precauciones necesarias con objeto de frenar su lengua.

TRANIO:

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