Entra OTELO con una lámpara. DESDÉMONA acostada.
OTELO
Tal es la causa, tal es la causa, alma mía.
Que yo no os la nombre, castas estrellas.
Tal es la causa. Mas no he de verter esta sangre
ni herir esta piel, más blanca que la nieve,
más lisa que alabastro de sepulcros.
Pero ha de morir o engañará a más hombres.
Apaga la llama y después apaga su llama.
Podría extinguirte, flamígera emisaria,
y después devolverte la luz anterior
si fuese a arrepentirme. Mas, muerta tu llama,
criatura perfecta de la naturaleza,
no sabría dónde hallar el fuego prometeico
que te diera nueva luz. Si arranco tu rosa
no puedo hacer que reviva; por fuerza
se marchitará. La oleré en el rosal.
La besa.
¡Ah, aliento fragante, que tienta a la justicia
para que rompa su espada! ¡Otro, otro!
Cuando hayas muerto sigue así, que yo te mataré
y te querré por siempre. ¡Otro más, el último!
Lo grato nunca fue tan mortal. Me hace llorar.
Pero es llanto cruel. La pena es divina:
hiere lo que ama. Está despertando.
DESDÉMONA