Otelo

INTRODUCCIÓN

I

En un capítulo de Troteras y danzaderas, de Ramón Pérez de Ayala, Alberto le lee OTELO a Verónica. La lectura se ve interrumpida varias veces por esta, que, alarmada ante la inminente muerte de Desdémona, exclama: «¡Oh, por Dios, Alberto! Dile a ese hombre que está equivocado, que Desdémona es buena y le quiere». La historia teatral de OTELO registra reacciones semejantes. Es célebre la interrupción de un espectador que, viendo el efecto de las maquinaciones de Yago, le gritó a Otelo: «Pero, negrazo, ¿es que no tienes ojos?». Tal vez parezcan ingenuos estos impulsos, pero la obra alcanza su objetivo en la medida en que nos incita a detener una acción que parece inexorable.

OTELO es sin duda una de las piezas más populares de Shakespeare. Ya en 1610 un espectador ponderaba su excelencia dramática y destacaba el patetismo de la última escena, en que Desdémona, muerta a manos de Otelo, despertaba compasión con el semblante. Hacia 1655 un lector elogiaba la obra tanto por los versos como por la acción, «pero sobre todo por la acción», y la prefería con mucho a Hamlet. Sin embargo, hacia finales del siglo XVII el crítico Thomas Rymer le dedicó uno de los juicios más severos que haya recibido: paso a paso señalaba improbabilidades, absurdos y extravagancias para concluir llamándola «farsa brutal».

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