Romeo y Julieta

Oye, pues: vuelve a casa, muéstrate alegre, presta anuncia al enlace con Paris. Mañana es miércoles; mañana por la noche haz por dormir sola, no dejes que la nodriza te haga compañía en tu aposento. Así que estés en el lecho, toma este frasquito y traga el destilado licor que guarda. Incontinenti correrá por tus venas todas un frío y letárgico humor, que dominará los espíritus vitales; ninguna arteria conservará su natural movimiento; por el contrario, cesarán de latir; ni calor, ni aliento alguno testificarán tu existencia; el carmín de tus labios y mejillas bajará hasta cenicienta palidez; caerán las cortinas de tus ojos como al tiempo de cerrarse por la muerte el día de la vida. Cada miembro, de ágil potencia despojado, yerto, inflexible, frío, será una imagen del reposo eterno. En este fiel trasunto de la pasmosa muerte permanecerás cuarenta y dos horas completas y, al vencerse, te despertarás como de un sueño agradable. Así, cuando por la mañana venga el novio para hacerte levantar del lecho, yacerás muerta en éste. Según el uso de nuestro país, ornada entonces de tus mejores galas, descubierta en el féretro, serás llevada al antiguo panteón donde reposa toda la familia de los Capuletos. Mientras esto sucede, antes que vuelvas en ti, instruido Romeo por mis cartas de lo que intentamos, vendrá aquí: él y yo velaremos tu despertar y la propia noche te llevará tu esposo a Mantua. Este expediente te salvará de la afrenta que te amenaza si un fútil capricho, un terror femenino, no viene en la ejecución a abatir tu valor.

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