Romeo y Julieta

Id en paz. Dios sabe cuándo nos volveremos a ver! Siento correr por mis venas un frío, extenuante temblor, que casi hiela el fuego vital. Voy a hacerlas volver, para que me den fuerza. ¡Nodriza! ¿Qué habría de hacer aquí? Preciso es que yo sola ejecute mi horrible escena. Ven, pomo. ¿Y si este brebaje ningún efecto obra? ¿Tendré a la fuerza que casarme con el conde? No, no; esto lo impedirá. Reposa ahí, tú. (Escondiendo un puñal en su lecho) Mas, ¿si fuera un veneno que me hubiese sutilmente preparado el monje para causarme la muerte, a fin de no verse deshonrado por este matrimonio, él, que primero me desposó con Romeo? Lo tomo, aunque, bien mirado, no puede ser; pues siempre ha sido tenido por un hombre santo. No quiero alimentar tan mal pensamiento. ¿Y si, ya depuesta en la tumba, salgo del sueño antes que, venga a libertarme Romeo? ¡Terrífico lance éste! ¿No sería, en tal caso, sufocada en esa bóveda, cuya boca inmunda jamás inspira un aire puro, muriendo en ella ahogada antes que llegara mi esposo? Y, suponiendo que viva, ¿no es bien fácil que la horrible imagen de la muerte y de la noche, juntamente con el pavor del lugar, en un semejante subterráneo, una antigua catacumba, donde, después de tantos siglos, yacen hacinadas las osamentas de todos mis enterrados ascendientes, donde Tybal, ensangrentado, aun recién sepulto, se pudre en su mortaja; donde, según se dice, a ciertas horas de la noche se juntan los espíritus... ¡Ay! ¡Ay! ¿No es probable que yo, tan temprano vuelta en mí en medio de esos vapores infectos, de esos estallidos que imitan los de la mandrágora que se arranca de la tierra y privan de razón a los mortales que los oyen. ¡Oh! Si despierto, ¿no me volveré furiosa, rodeada de todos esos horribles espantos? ¿No puedo, loca, jugar con los restos de mis antepasados, arrancar de su paño mortuorio al mutilado Tybal y, en semejante frenesí, con el hueso de algún ilustre pariente, destrozar, cual si fuera con una porra, mi perturbado cerebro? ¡Oh! ¡Mirad! Paréceme ver la sombra de mi primo persiguiendo a Romeo, que le ha cruzado por el pecho la punta de una espada. Detente, Tybal, detente. Voy, Romeo; bebo esto por ti.

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