Romeo y Julieta

La mañana, de grises ojos, sonríe sobre la tenebrosa frente de la noche, incrustando de rayas luminosas las nubes del Oriente. Las lánguidas tinieblas, tambaleando como un ebrio, huyen de la ruta del día y de las inflamadas ruedas del carro de Titán. Antes, pues, que la roja faz del sol traspase el horizonte para vigorizar la luz y seque el húmedo rocío de la noche, fuerza es que llenemos esta cesta de mimbres de nocivas plantas y de flores de un jugo saludable. La tierra es la madre y la tumba de la naturaleza ; su antro sepulcral es su seno creador, del cual vemos surgir toda clase de engendros, que de ella, de sus maternales entrañas, se nutren, la mayor parte dotados de virtudes numerosas, todos con alguna particular, ninguno semejante a otro. ¡Oh! ¡Grande es la eficaz acción que reside en las yerbas, las plantas y las piedras, en sus íntimas propiedades! Porque nada existe, tan despreciable en la tierra, que a la tierra no proporcione algún especial beneficio; nada tan bueno, que si es desviado de su uso legítimo, no degenere de su primitiva esencia y no se trueque en abuso. Mal aplicada, la propia virtud se torna en vicio y el vicio, a ocasiones, se ennoblece por el buen obrar. En el tierno cáliz de esta flor pequeña tiene su albergue el veneno y su poder la medicina: si se la huele, estimula el olfato y los sentidos todos; si se la gusta, con los sentidos acaba, matando el corazón. Así, del propio modo que en las plantas, campean siempre en el pecho humano dos contrarios en lucha, la gracia y la voluntad rebelde, siendo pasto instantáneo del cáncer de la muerte la creación en que predomina el rival perverso.

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