La riqueza de las naciones

En segundo lugar, la riqueza acumulada por los habitantes de las ciudades fue a menudo invertida en la compra de las tierras que se ponían a la venta, que en su mayoría se hallaban sin cultivar. La ambición común de los mercaderes es convertirse en hacendados, y cuando lo hacen resultan ser por regla general los que mejor cultivan la tierra. Un comerciante está acostumbrado a invertir su dinero esencialmente en empresas rentables, mientras que un caballero rural está habituado a emplearlo fundamentalmente en sus gastos. Uno contempla a menudo su dinero alejarse de él para retornar con un beneficio; el otro, una vez que se desprende de su dinero, rara vez espera volverlo a ver. Estos hábitos diferentes naturalmente afectan a su temperamento y disposición en cualquier labor. Un comerciante es normalmente un empresario audaz; un hacendado, un empresario tímido. El uno no titubea en invertir un amplio capital en la mejora de su tierra, cuando hay una perspectiva probable de incrementar su valor en proporción a la inversión. El otro, si tiene algún capital, lo que no siempre ocurre, rara vez se arriesga a invertirlo de esa forma. Si realiza una mejora, generalmente no es con un capital sino con lo que pueda ahorrar de su ingreso anual. Todo el que haya tenido la fortuna de vivir en una ciudad mercantil situada en un país atrasado habrá observado a menudo cuánto más animosas eran las iniciativas de ese tipo adoptadas por los comerciantes que las acometidas por los hacendados. Además, los hábitos de orden, economía y diligencia que la actividad mercantil naturalmente forma en un comerciante lo vuelven mucho más apto para ejecutar con rentabilidad y éxito cualquier empresa de mejoras en el campo.

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