Las muecas de Sebastián iban aumentando y la fuente empezó a vacilar de un modo peligroso en sus manos.
—Puede usted dejar la fuente sobre la mesa y volver luego —ordenó con rostro severo la señorita Rottenmeier.
Sebastián desapareció al punto. El ama continuó dando un suspiro:
—Está visto, Adelaida, que he de enseñarte todavía las reglas más elementales. Empezaré por enseñarte cómo te has de servir en la mesa.
Le explicó lo que tenía que hacer y añadió:
—Además he de advertirte que en la mesa no has de hablar con Sebastián, ni en ningún otro sitio, excepto únicamente cuando tengas que dirigirle una pregunta importante, imprescindible, o bien darle una orden. En tal caso no le has de hablar de «tú», sino de «Sebastián» o «usted». ¿Has entendido? ¡Que no vuelva a oír que le tratas de otro modo! También a Tinette le hablarás de «usted». A mí me llamarás señorita, como hacen los demás. En cuanto a Clara, ella te dirá cómo quiere que la llames.
—Clara, naturalmente —dijo ésta.