Luego siguieron un sinfín de reglas de conducta sobre el modo de levantarse, acostarse, entrar, salir, cerrar las puertas, sobre el buen orden de las cosas, y fueron tantas y tantas las advertencias, que Heidi acabó durmiéndose porque estaba desde las cinco de la mañana en pie y había hecho un viaje muy largo. Y cuando al fin la señorita Rottenmeier dio por terminadas sus recomendaciones, añadió:
—¡Y espero, Adelaida, que no olvides nada de lo que te he dicho! ¿Has comprendido?
—Heidi esta durmiendo hace rato —exclamó Clara sonriendo.
Estaba contenta porque hacía mucho tiempo que la hora de la cena no había transcurrido de una forma tan divertida.
—¡Es absolutamente increíble lo que nos pasa con esta criatura! —exclamó la dama, muy enojada, y agitó con tanta fuerza la campanilla, que ambos, Sebastián y Tinette, acudieron corriendo. A pesar del ruido, Heidi seguía durmiendo, y no fue fácil despertarla para hacerla cruzar la sala de estudio, la habitación de Clara, y la habitación de la señorita Rottenmeier antes de llegar por fin a la suya.