Heidi

La abuela de Clara.

A juzgar por los preparativos que ocuparon todo el día siguiente, se veía claramente que la persona esperada debía jugar un papel importante en la casa y que todos sentían por ella el mayor respeto. Tinette se había puesto su toca más blanca, y Sebastián repartió un montón de escabeles por toda la casa, de manera que la señora Sesemann encontrara siempre alguno dispuesto para sus pies, dondequiera que se sentara. La señorita Rottenmeier recorría todas las habitaciones más tiesa y más severa que nunca, como si con ello quisiera dar a entender que, si bien iba a llegar una nueva autoridad, ella aún no estaba dispuesta a ceder la suya.

El coche se paró delante de la casa, y Tinette y Sebastián se precipitaron escaleras abajo; la señorita Rottenmeier les siguió con lentitud y dignidad. No ignoraba que ella también lenía que estar ahí para recibir a la señora Sesemann. Heidi había sido enviada a su habitación, con la orden de permanecer en ella hasta que la llamasen, porque era seguro que la vieja dama iría primero a la habitación de Clara y querría verla a solas. Heidi se sentó pues en un rincón de su cuarto y trató de recordar todas las recomendaciones que le habían hecho. Al cabo de poco rato, Tinette entreabrió la puerta y le gritó con la acostumbrada sequedad:

—¡Vaya a la sala de estudio!

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