Heidi

Heidi pierde por un lado y gana por otro.

Durante su estancia en Frankfurt, todas las tardes, la abuela de Clara se instalaba al lado de su nieta a la hora de la siesta, mientras la señorita Rottenmeier, que parecía necesitar reposo, desaparecía misteriosamente. Pero al cabo de unos minutos, la señora Sesemann estaba nuevamente de pie y hacía venir a su habitación a Heidi a fin de hablar con ella, para entretenerla y hacer que se divirtiera un poco. La abuela había traído consigo unas preciosas muñecas y enseñaba a Heidi a confeccionar ropa para ellas. Así Heidi había aprendido a coser sin darse cuenta. La anciana señora tenía unas bonitas telas de los más variados colores, con las cuales Heidi hacía vestiditos y abriguitos magníficos.

Ahora que sabía leer, Heidi le leía a la abuela y eso le encantaba; cuanto más leía las historias, más se encariñaba con ellas, porque se identificaba de tal modo con los personajes y con todo lo que les sucedía, que se sentía estrechamente ligada a su suerte y gustaba de permanecer en su compañía.

Sin embargo, Heidi ya no se veía feliz y sus ojos alegres habían dejado de brillar.

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