Heidi

Fantasmas en la casa Sesemann.

Hacía algún tiempo, la señorita Rottenmeier erraba en silencio por la casa, como ausente. Al oscurecer, cuando pasaba de una habitación a otra o atravesaba los largos pasillos, se volvía con frecuencia y miraba furtivamente a los rincones, como si temiera que alguien la siguiese sin hacer ruido y pudiese agarrarla por el vestido. Sola, no se atrevía a entrar más que en las habitaciones frecuentadas. Si tenía que hacer algo en el piso superior, donde se hallaban los elegantes cuartos de huéspedes, o en la planta baja, en la cual estaba la sala grande y misteriosa, donde cada paso despertaba ecos sonoros y en cuyas paredes pendían los retratos de los viejos consejeros con sus grandes cuellos blancos, mirando con severidad a cualquiera que pasara por allí, jamás dejaba la señorita Rottenmeier de llamar a Tinette para que la acompañara, por si «hubiera cosas que trasladar». Tinette procedía, por su parte, de la misma manera: cuando tenía algo que hacer en la planta baja o en el piso superior de la casa, rogaba siempre a Sebastián que fuese con ella, con el pretexto de que tal vez necesitara sus servicios. Pero lo más curioso del caso era que Sebastián procedía exactamente igual que Tinette. Cuando le mandaban a alguna parte alejada dentro de la casa, requería la ayuda de Johann, por si no podía llevar él solo lo que le habían mandado. Y aunque en el fondo nunca había necesidad de que dos personas se ocupasen del mismo asunto, todos respondían de buen grado a tales llamamientos, como si cada uno de ellos quisiera asegurarse de ese modo la buena voluntad del otro para semejantes servicios.

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