Heidi

Y mientras eso sucedía en el primer piso, abajo, en el sótano, la vieja cocinera movía la cabeza delante de sus cazuelas, y repetía suspirando:

—¡Y que a mi edad tenga que ver estas cosas!

Lo cierto es que, desde hacía algún tiempo, sucedían cosas muy extrañas e inquietantes en la casa. Todas las mañanas, cuando los criados bajaban, hallaban abierta la puerta de entrada, sin que pudiesen descubrir quién fuera el autor de semejante acto. Los primeros días, los domésticos, muy asustados, exploraron todos los rincones de la casa para asegurarse de que no faltaba nada, pues se suponía que algún ladrón se había escondido en ella, esperando la noche para llevarse lo robado. Pero no echaron de menos ni un solo objeto en toda la casa. Llegada la noche, no sólo dieron dos vueltas a la llave, sino que también echaron el cerrojo. De nada sirvió: a la mañana siguiente la puerta estaba de nuevo abierta. Por muy temprano que se levantaran, los criados encontraban la puerta abierta de par en par, cuando las puertas y ventanas de las casas vecinas seguían cerradas y todo el mundo estaba aún durmiendo.


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