Heidi

—Sesemann —dijo con seriedad el doctor—, reflexiona en lo que vas a hacer. El estado de la niña no se cura con píldoras y sellos. No tiene una constitución fuerte; sin embargo, si la enviaras ahora mismo, al aire tonificante de las montañas a las que estaba acostumbrada, puede restablecerse completamente, de lo contrario… ¿tú no querrás que Heidi vuelva a casa de su abuelo cuando ya no haya salvación, o que no pueda volver jamás allí, verdad?

El señor Sesemann, presa de pánico, se detuvo delante de su amigo.

—Si el mal es tan grave como dices, doctor, entonces sólo hay una cosa que hacer: obrar inmediatamente.

Y asiendo a su amigo por el brazo, el señor Sesemann se puso a pasear de un lado a otro de la habitación, hablándole detalladamente de lo que se proponía hacer. Después, el doctor se despidió, porque mientras ya había amanecido y por la puerta de la calle, que esta vez abrió el mismo dueño de la casa, penetraba ya la clara luz de la mañana.


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