El señor Sesemann subió acto seguido al primer piso y se dirigió directamente a la habitación de la señorita Rottenmeier. Llamó a la puerta con tanta energía que el ama de llaves se despertó sobresaltada y dio un grito. Reconoció la voz del dueño de la casa, que decía:
—Haga el favor de bajar sin tardanza al comedor. Es preciso hacer inmediatamente los preparativos para un viaje.
La señorita Rottenmeier consultó el reloj: no eran más que las cuatro y media; jamás la habían despertado a una hora tan temprana. ¿Qué podía haber sucedido? Llena de inquietud y curiosidad, se levantó a toda prisa, pero tardaba en vestirse, ya que, en su confusión, no encontraba la ropa que quería ponerse.