Heidi

El domingo, cuando suenan las campanas.

Bajo los abetos mecidos por el viento, Heidi esperaba a su abuelo, que tenía que bajar a Dörfli a buscar la maleta. La niña no deseaba otra cosa que regresar para preguntarle si los panecillos le habían gustado. Sin embargo, la espera no le parecía larga, pues no se cansaba de oír el rumor del viento en los viejos abetos, ni de respirar el perfume de las flores que resplandecían en los verdes prados bajo el sol. El abuelo salió al fin de la cabaña, dirigió una última mirada en torno a él y dijo con tono de satisfacción:

—¡Ya podemos irnos!

Era sábado y ese día el abuelo tenía por costumbre ordenar y limpiar la casa y el establo. Hoy había empleado en estos menesteres la mañana, para poder salir con Heidi inmediatamente después de comer.

Cuando llegaron a la cabaña de Pedro, se separaron y Heidi se precipitó hacia el interior. La abuela ya había reconocido sus pasos y exclamó llena de alegría:

—¡Ya estás aquí, mi niña! ¡Acércate!

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