El doctor salió al dÃa siguiente muy de mañana de Dörfli para subir en compañÃa de Pedro hacia la cabaña del Viejo de los Alpes. Animado por su acostumbrada bondad, trató repetidas veces de entablar conversación con el pastorcillo, pero fue en vano; Pedro respondÃa apenas con monosÃlabos a sus preguntas; era muy difÃcil hacerlo hablar. En vista de la inutilidad de sus esfuerzos, el doctor desistió de su empeño y, en silencio, llegaron a la cabaña. Heidi les aguardaba ya con sus cabritas, formando entre los tres un alegre grupo iluminado por los primeros rayos del sol que caÃan sobre las alturas.
—¿Vienes? —preguntó Pedro, que no dejaba de hacer todas las mañanas la misma pregunta.
—Naturalmente, iré si el señor doctor viene con nosotros —respondió la niña.