Heidi

—Acaso Pedro sienta también a sus espaldas el sonido del látigo que merece —repuso el abuelo.

Pedro ganó de un solo salto la primera pendiente. Después, cuando ya no podían verlo, cambió de táctica. Se detenía a cada instante, volvía la cabeza en todas direcciones con aire temeroso, y después, repentinamente, daba un gran salto y miraba hacia atrás con el mismo gesto de terror que si alguien lo hubiera cogido por el cuello. Detrás de cada zarzal, de cada seto, Pedro se preparaba para ver surgir al agente de policía de Francfort dispuesto a saltar sobre él. Cuanto más larga era la espera, más profundo era su terror.










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